Creo que fue Descartes quien, al final de su vida, escribió una carta en la que decía: “mi vida estuvo llena de desgracias muchas de las cuales jamás sucedieron”. ¿Te resulta familiar? Posiblemente sí. Todos hemos anticipado problemas en un futuro que, al final, no llegan… Pero ¿qué ocurre cuando esto forma parte de nuestro proceso de pensamiento diario? ¿Qué ocurre en nuestro cuerpo cuando hay infinidad de estímulos que nos provocan permanecer en ese estado de tensión casi constantemente? ¿Y en nuestra mente? Demos la bienvenida a la ansiedad…

Empecemos por el principio… La ansiedad es una respuesta de activación normal del organismo en situaciones que suponen un riesgo para nuestra supervivencia. Nos sirve para reaccionar mejor en momentos difíciles, sin ella nos convertiríamos en seres demasiado temerarios puesto que no tendríamos esa capacidad para reconocer peligros reales que podrían acabar con nuestra vida. De hecho, nuestro cerebro tiene una misión fundamental: la de protegernos. Por eso, cuando detecta una amenaza hace saltar la alarma y pone en marcha un montón de estrategias para conseguir su fin: dilata las pupilas para ver bien el peligro, lleva sangre a los músculos que se tensan para la “pelea”, aumenta la presión sanguínea, contrae los capilares de la piel, ordena “abrir” las glándulas del sudor y aumenta la sudoración, el corazón aumenta las palpitaciones, los pulmones se ponen a dar oxígeno… Esto, desde nuestros antepasados, ha supuesto una ventaja evolutiva fundamental. Por eso, en terapia se insiste en que el objetivo no es hacer que la ansiedad desaparezca, puesto que es una reacción normal del organismo, sino que el objetivo es aprender a controlarla y reducirla a niveles manejables y adaptativos.

Todos los síntomas anteriores tienen lógica cuando nos encontramos ante un peligro que afecta a nuestra supervivencia física, nos ayudarían a “luchar contra él” o, por el contrario, a “huir de él” y está claro que para ello necesitamos toda la energía del mundo y nuestro organismo ya se ha preparado para hacerlo; o cuando tenemos que hacer frente a un examen, necesitamos un nivel de activación para poder esforzarnos y estudiar… Pero no creo que Descartes se refiriese a esto…

En nuestra sociedad actual no nos encontramos con mamuts por la calle de los cuales tengamos que escapar… lo que nos pone ansiosos tiene más que ver con la imagen que tenemos de nosotros mismos, con nuestros valores, nuestras prioridades, la evaluación que hemos hecho de nuestras experiencias y de cómo nos hemos enfrentado a ellas, la importancia que le concedamos a la imagen que tienen los demás de nosotros mismos,… Por eso no todas las personas se sienten ansiosas ante los mismos estímulos, de hecho, no son las cosas, sino lo que pensamos de ellas lo que nos pone nerviosos… Y es aquí cuando tenemos que valorar ¿realmente esto que me está pasando acarrea un peligro para mi vida? ¿Es tan importante? ¿Qué es lo peor que me puede pasar? Si tuviéramos la suficiente confianza en nosotros mismos sabríamos que pasara lo que pasara, al final saldríamos de ello, y además, reforzados para la siguiente vez; si nos respetáramos lo suficiente, nos daríamos cuenta de que equivocarnos forma parte de lo que somos (seres muy limitados) y no nos daría tanto miedo enfrentarnos a un error o a una “bronca del jefe”, ese respeto nos haría capaces de mostrarnos tal y como somos, sin priorizar en los demás, sin hacer cosas que no queremos, sin decir siempre que “sí” por miedo a que dejen de querernos…

Éstas son sólo algunas de las muchas situaciones que una persona puede encontrarse en su día a día y que, según sus características, va a enfrentar de una u otra manera. Y, volviendo a las preguntas iniciales, ¿qué ocurre cuando una persona tiene que enfrentarse a estas situaciones diariamente sin las herramientas y habilidades adecuadas? ¿Qué ocurre física y psicológicamente? Aquí la ansiedad deja de ser adaptativa para convertirse en un problema que le provoca consecuencias clínicamente significativas y que, si la mantenemos en el tiempo, puede provocar otro tipo de trastornos tanto físicos como psicológicos. Por eso es importante cambiar los aspectos de nuestra vida y de nuestra manera de ver la vida que nos impiden disfrutar de los momentos, de las imágenes, de las personas que nos rodean cada día. La psicología puede ayudarte a conseguirlo.

No esperes a que tu vida cambie… ¡Haz que cambie!